Una voz grave y
potente empieza a oírse por encima del griterío general y la gente se
arremolina junto al dueño de esa voz, que se encuentra subido a una improvisada
tarima de madera.
-¡Esclavos
traídos de las tierras al otro lado del océano de Ym! – grita un hombre de piel bronceada por el sol - ¡Hombres para
los trabajos más arduos y mujeres para las tareas de la casa!... Y para
satisfacer los placeres de los hombres… – esta última frase la dice bajando el
tono de voz y provocando las risas de unos hombres cercanos.

-¡Te ofrezco
cincuenta monedas de oro por él! – grito para que el hombre me oiga. Todo el
mundo se gira para mirarme, preguntándose para qué quiere una muchacha como yo
un esclavo.
-De acuerdo,
¿alguien da más? – dice el hombre.
Por suerte
nadie se interesa por él, por lo que me acerco a la tarima, le pago al hombre
las cincuenta monedas y me alejo del mercado lo antes posible con el esclavo
andando detrás de mí.
Salgo de la
ciudad sin nada de dinero. Me giro para mirar al chico, que camina a paso
ligero para no quedar atrás y ser arrastrado por las cadenas que lleva puestas.
Me compadezco de él. Por lo menos ahora podrá vivir tranquilo, porque no pienso
permitir que sea mi esclavo. Sí, ya sé… cualquiera diría que me he gastado el dinero
para nada, pero a mí me parece un precio muy bajo, ya que el valor de una vida
es incalculable.
Unos minutos
después me detengo y me vuelvo hacia él, pero entonces me acuerdo del Bosque
Oscuro. Un escalofrío me recorre de arriba abajo. No puedo atravesarlo yo sola.
Miro al esclavo y se me ocurre una idea.
-Escucha – le
digo. El chico alza la cabeza y sus oscuros ojos vuelven a atraparme –, yo no
quiero ningún esclavo, ¿vale? Por lo que te propongo un trato – él continúa observándome
–. Si me ayudas a atravesar el Bosque
Oscuro, después te dejaré en libertad.
Su rostro se
ilumina al oír mis palabras y casi espero ver una sonrisa asomando en sus
labios, pero no hay sonrisa alguna.
-¿Aceptas el
trato? – digo extendiendo la mano hacia él, que la estrecha con la suya y
provoca que las cadenas que lleva hagan un ruido chirriante.
-Me llamo Erlan
– dice una vez retiradas nuestras manos.
-Yo Adriana –
le digo y me quedo observando sus cadenas. Quiero quitárselas, pero tengo miedo
de que se escape.
Pasamos todo el
día caminando y cuando llegamos a las lindes del bosque, en el horizonte sólo
queda una línea roja como prueba de que el sol estuvo alguna vez ahí. Decidimos
pasar aquí la noche.

-Vaya, lo
siento – me dice.
-No pasa nada.
No hablamos más
durante la cena y el único ruido que oímos es el crepitar del fuego y el
tintinear de las cadenas de Erlan. Nos tumbamos sobre el duro suelo y nos
dormimos.
Oinch! Me gusta! Espero la senguda parte *.* Como me encanta esto de la época antigua y cosas así :)
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