-Mira, aquí hay
otro – le digo a mi amiga que está a mi lado mientras me dispongo a apuntarlo
en un trozo de papel.
-No, tiene una
cruz roja – dice con lágrimas en los ojos –. Ese no cuenta.
Seguimos mirando
en busca de algo de provecho, pero todo lo que encontramos tiene una marca roja.
Miro de nuevo a mi amiga cuyos ojos están enrojecidos por haber estado llorando
y que sigue buscando con la mirada algo que apuntar.
-Es inútil – dice
al cabo de un rato – Por más que le demos vueltas no vamos a poder arreglarlo –
y tiene razón. Lo que tenemos ante nosotras es irreparable, no hay nada de
provecho.
Levanto la vista y
veo a otra chica también con lágrimas en los ojos “Le habrá pasado lo mismo que
a mi amiga” pienso. Me fijo más y no tardo en encontrar más gente como ella:
llorando e intentando sacar algo de provecho.”Ha sido una matanza” y todo
porque no hemos tenido el tiempo suficiente y no nos han explicado las cosas
como tenían que haber sido explicadas. Sabíamos las consecuencias que podría
tener todo esto, pero al ver las lágrimas en los ojos de mi amiga, siento que
todo esto es una gran injusticia.
-Tranquila – le digo
mirando de nuevo la hoja de papel – El próximo examen lo aprobarás – digo mientras
vuelvo a mirarla. Mi amiga sigue revisando la hoja buscando algún fallo que
hubiera tenido la profesora al corregir el examen, sumando y volviendo a sumar
las puntuaciones de los ejercicios… pero el resultado siempre es el mismo: 3,7.
Nuevas lágrimas ruedan
por su mejilla y no sé qué más decirle. Yo nunca he suspendido un examen y no
sé qué es lo que la gente quiere oír en estos casos. Además, este ha sido el
primer examen de Lengua que suspende mi amiga, aunque por otro lado, estamos en
4º de ESO y se supone que las asignaturas son más difíciles.
El timbre que
anuncia el final de la clase suena y mi amiga se levanta rápidamente de la
silla, coge su mochila con una mano y el examen con la otra y se acerca a la
mesa del profesor dejando encima la hoja del examen suspenso.