jueves, 19 de febrero de 2015

Copos de nieve

     La nieve cae lentamente al otro lado del congelado cristal, empañado esporádicamente por el cálido aliento de los suspiros que se escurren entre unos labios que hace ya tiempo perdieron su calor. El humeante chocolate mantiene mis manos con algo de calidez, y el espeso líquido me quema desde dentro con cada trago que doy. Pero sigo sintiendo frío, un frío que no me abandona a pesar del ardiente chocolate; ni todos los fuegos del mundo conseguirán derretir el gélido frío que se ha instalado en mi interior.
     Y eso, eso es algo que duele... porque me acostumbré a tu calor, a tus fuertes brazos rodeando mi cuerpo, al roce de tu ardiente piel con la mía siempre fría, a la pasión que en pequeñas dosis me regalabas con cada uno de tus besos, a aquella abrasadora mirada que siempre me dedicabas y que conseguía derretir todas mis convicciones y hacer que me entregara a ti por completo... Tú eras mi calor, mi fuente de energía, el motor que me mantenía con vida. Fuiste todo eso y más, pero ya no eres nada. Ese ardiente fuego que lograste encender en mí ya no es más que una diminuta y frágil llama que amenaza con consumirse con la primera brisa de la primavera... o la última ráfaga del invierno.
 
     Cada vez hace más frío.
 
     Trato de mantener cierto calor mientras te recuerdo entre los copos de nieve. Sí, la nieve, lo que más te gustaba en el mundo después de mí. Un tanto irónico, ¿no? Tú eras pura energía, un sol en la Tierra y, sin embargo, te encantaban las cosas frías como la nieve... como yo.
     Recuerdo todas aquellas mañanas de invierno en las que al despertarme te encontraba sentado en esta misma ventana, observando a través del cristal el decadente y delicado vals que los copos de nieve bailaban ante ti. En esos momentos tus ojos brillaban de una manera especial, presos de la ilusíón propia de un niño. En ocasiones, tus labios se curvaban en una dulce sonrisa, como si la nieve hubiera dicho algo que sólo tú pudieras entender. Verte en esos momentos hacía que me enamorara más de ti. Llegúe incluso a enamorarme de la nieve, a no poder dejar de observarla -como en estos instantes-, perdiéndome en sus sinuosos movimientos mientras cae como flotando del cielo.
     Ahora sólo tengo la nieve, es lo único que aún parece darme algo de calor. Extraño, ¿verdad? Pero tan cierto como que el Sol sale por el este y que todo lo que sube baja. Al contemplar esos diminutos cristales de agua todavía me parece sentirte a mi lado, ofreciéndome tu calor. Dime. ¿Por qué te fuiste? ¿Por qué me abandonaste en este frío mundo? ¿Por qué?
     Doy un nuevo sorbo al chocolate y suspiro levemente, empañando el cristal, ocultando esos copos de nieve tras una delgada capa de niebla. Sólo por un instante.
 
     Cada vez hace más frío.
 
     Apoyo mi mano sobre el  helado cristal, seguida de mi frente y mis ojos cerrados, notando como esa pequeña llama se consume poco a poco en mi interior a falta de algo -alguien- que la mantenga con vida. Y es que cuando esa llama se apague, yo me apagaré, y cuando eso ocurra, no habrá más copos de nieve que me consuelen, no habrá más calor en mi mundo... no habrá más recuerdos tuyos. Cuando esa llama se apague, mi corazón se cogelará por completo, latiendo ocasionalmente sólo para mantenerme viva, aunque en mi interior ya estaré muerta. Sin calor, no hay vida... y al marcharte, te llevasta ambas contigo.
 
 
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